La vida monótona que llevaba, la mantenía siempre pensando en cosas ajenas a su voluntad, su matrimonio ante la sociedad era un preclaro ejemplo, su esposo un ser lleno de bondad y virtudes excepcionales, sus hijos, brillantes alumnos con calificaciones excelentes y además sus grandes orgullos, en fin su familia digna de admiración entre sus conocidos, pero ella sentía algo de soledad en su vida.
Las fiestas que se organizaban en el círculo de su comunidad, no lograban apartar sus pensamientos de fantasías que bullían en su mente locuaz, es más ni los juegos de canasta que en compañía de las damas de sociedad la desviaban de esas ideas.
Quizás sin pensarlo, mejor bien dicho sea, quizás sin desearlo, en su mente calenturienta se fue formando un deseo enorme de tener una relación sexual fuera de su matrimonio, porque según ella, su marido se había vuelto tan rutinario que ya no le gustaba ese trajín de vida que llevaban, incluso, ya estaban mermadas sus relaciones intimas, pretextando que llegaba muy cansado de trabajar; cuando ella lo buscaba, lo encontraba dormido, buscaba sus partes nobles para excitarlo, pero él no le respondía.
Esto fue la excusa, para decidirse a buscar una aventura, sobra decir, que no le faltaron candidatos; con ese cuerpo de diosa y esos ojos tan expresivos, con esa conversación de una persona con una educación tan refinada, producto de sus reuniones en sociedad, le sobraban pretendientes, porque además del buen atractivo visual del que gozaba, era una maestra en la coquetería (motivo por el cual siempre discutía con su marido), su arreglo personal en ocasiones era exagerado, se pasaba horas enteras en el salón de belleza, en donde por cierto era muy conocida por ser una asidua frecuente, al salir del salón, lo hacía completamente diferente, un rostro tan bien delineado con tanto cosmético, unos labios tan rojos (¿de pasión desenfrenada?) de tanto labial y unas uñas postizas adornadas con diversos dibujos.
Quizás su fantasía no se hubiese realizado de no haber sido por la cooperación involuntaria de su esposo, al que jamás le interesó lo que ella hiciera o dejara de hacer; él se dedicaba en cuerpo y alma a su trabajo; a su familia le dedicaba su atención cuando en las noches llegaba a descansar, sólo en esos momentos ellos aparecían en el libreto de su vida.
Como en todo argumento o relato, no faltó que surgiera el afortunado galán que llegara a la vida de esta damisela; así fue como un día por azares de la del destino o por capricho de la dama en cuestión, tuvieron una amena charla telefónica, en la cual salió a relucir la admiración que él tenía por ella, de lo prendado que se encontraba por su fino corte de cara, esa nariz tan respingada, ese pelo tan sedoso y además el buen timbre de su voz, la hacían (según él) la compañera perfecta.
Entre platicas y adulaciones, él le hizo notar, que tenía unas enormes ganas de verla, para platicar un rato e intercambiar impresiones, ella, claro que se tenía que dar a desear y le dijo que no podía salir, ya que tenía que ayudar a su esposo en el negocio.
Él, tenaz como era su costumbre no se amilano, volvió a insistirle pero de una manera muy sútil, diciéndole que se sentía triste de no poder tener una charla con la mujer que en ocasiones, su recuerdo le había quitado el sueño, que ansiaba con todo su corazón verla aunque fuesen unos 5 o 10 minutos, pero mirarla para constatar que en ella no había cambiado nada, que era el mismo ser angelical que conoció, que la reconocía por la voz de ángel que escuchaba al otro lado de la línea.
Sobra decir, que en esos momentos ella se sentía en las nubes, esas palabras tan llenas de romanticismo, la hacían flotar en el misticismo de su vanidad, ¿cuánto tiempo ha pasado de que en la boca de su esposo no han brotado frases tan hermosas? Ya había perdido la cuenta y también las esperanzas, su marido era muy metódico, solo existían adulaciones a su persona y al modo de atender su pequeña empresa ahí es donde volcaba su ego, pero a ella, si a ella, ya no le hacía ningún piropo, ni siquiera advertía lo bien que se arreglaba para él, por eso se sentía en las nubes, porque ahí se encontraba alguien que reconocía su valor moral, su belleza externa, sobre todo su trato a una mujer.
Por ese detalle, es que ella, con un poquito más de deseo que de curiosidad, fue ablandando su postura y le sugirió que por el momento no podía salir, pero que a más tardar en una hora tenía que salir a depositar el dinero de la venta del día anterior en el banco, y si él se decidía se podían ver afuera de la institución bancaria. Claro que él accedió, y haciendo a un lado su felicidad para no demostrar su ardiente interés, le dijo que iba a hacer todo lo posible por acudir a tiempo, pero que le pedía que no lo fuera a plantar, porque no resistiría un desdén o engaño.
Quedaron de verse en un lugar conocido por los dos, pero más por él, porque sabía que en esa zona se localizaba un establecimiento de 4 letras (la h es muda) el cual vulgarmente lo conocemos como hotel.
Ella con el pretexto de ir a depositar y de ir a ver una ropa para los niños, pidió la autorización a su esposo para salir, el esposo tan ingenuo como siempre, le dio dinero para que tomara un taxi y no se le hiciera tarde. Arreglada su salida, se metió a la regadera a darse una ducha y arreglarse esmeradamente para satisfacer su aventura, la cual deseaba con todas las fuerzas de su ser.
El llegó primero a la cita, todo un caballero, elegante su forma de vestir, recientemente rasurado, con un aroma varonil producto del perfume con olor a maple, un traje acorde a la temporada actual, luciendo una sonrisa con unos dientes nacarados envidia de cualquier modelo. Espero a la dama en cuestión, con la disculpa de que a la mujer se le debe esperar el tiempo que sea necesario, pero no hubo tanto lapso de espera, allá enfrente de la acera se encontraba la damisela, sonriéndole y agitándole la mano para él la viera, y claro ni tardo ni perezoso procedió a cruzar la arteria, y en pocos segundos ya se encontraba a su lado.
Se saludaron tomándose de las manos, no hubo beso de por medio, no se podía hacer eso, estaban en plena calle y podían ser reconocidos, él le habló casi susurrándole al oído ¿adónde vamos?, ella sonriendo y bajando la cabeza, le contestó ¡adonde tu quieras, me pongo en tus manos!
Bueno no se si sea una buena idea, pero me gustaría un lugar donde estuviéramos solos, tengo mucho de que platicar contigo –volvió él a expresar-
Ella, aún sonriendo le pregunto: ¿Qué lugar sugieres para ir? Pues no cuento con suficiente tiempo.
¿Bueno que te parece si entramos a ese hotel, que se encuentra ahí enfrente? –Nerviosamente él preguntó-
¿Qué te pasa? ¿Por quién me has tomado? –Exclamó ella con una absoluta seriedad-
Él la agarró suavemente de las manos y le comentó:
-Perdón no quise ofenderte, lo único que deseo es que no tengas problemas con tu marido, y ese es el único lugar en el que podemos estar, sin que nadie nos vea o nos interrumpa, yo te prometo que nada malo pasara.
Ella un poco convencida (además de que también lo deseaba, ese tipo le gustaba mucho, fueron varias las ocasiones en que en sus cavilaciones se veía haciendo el amor con él, siempre que lo miraba, sentía que las rodillas le temblaban y que los labios la traicionaban para pedirle un beso, si, sólo un beso, con eso se conformaba) le puntualizó:
–Está bien vamos, pero ten en cuenta que soy una mujer casada y le debo respeto a mi esposo, no vayas a tomar mi decisión como otra cosa, por favor-
Claro que no –contesto él- sé que te debo un gran respeto y siempre te lo he manifestado, no quiero ser el causante de algún desaguisado con tu esposo.
Sin más que decir o aclarar, enfilaron sus pasos hacía el edificio que en la parte de arriba se podía notar un gran anuncio de neón con letras rojas (como la pasión que los envolvía) que decía: “HOTEL AVENIDA” Bienvenidos.
Les entregaron las llaves del cuarto, antes de entrar al mismo, él le estampó un ardiente beso, del cual ella correspondió de una forma más efusiva y de larga duración, haciéndola olvidar de su condición de casada, de su esposo, de su hogar, de sus hijos, y mirándolo a los ojos, suplicantes palabras salieron de sus labios:
-Por favor aquí no, pasemos dentro de la habitación, me siento mal de lo que estoy haciendo, pero la verdad es que deseo que me ames con una locura incontrolable, quiero pertenecerte en cuerpo y alma, quiero sentirme solo tuya y de nadie más, dame todo de ti, porque yo sin reservas te entregaré todo lo que he guardado con el tiempo para ti-
El, con ternura la tomó de la mano y con delicadeza la hizo pasar al interior del cuarto, ahí frente a ellos los esperaba el tálamo en el cual podían dar rienda suelta a sus instintos sexuales, ella con la razón nublada por el reciente ósculo recibido, pronto se olvidó de su condición de mujer casada y del respeto que debía darle a su marido.
Sin más preámbulo, apagando la luz y encendiendo el aire acondicionado se fueron acomodando en la orilla de la cama y prendados de su boca, sin comentario alguno, se dejaron envolver por el momento, se dejaron arrastrar por la pasión que como remolino los fue arrastrando poco a poco, el hurgando en las partes nobles de ella, haciendo a un lado su ropa, ella bajándole el cierre de su pantalón, metiendo delicadamente su mano tomó su miembro el cual fue erigiéndose como un noble guerrero que busca no quedar mal en la batalla, sus pezones de pronto se vieron acariciados por los labios de él, su vulva sintió la delicadeza de un dedo que le escarbaba tenuemente para llegar a un cosquilleo delicioso y sensual, sus cuerpos desnudos se juntaron y la complicidad de la oscuridad hizo que llegaran al clímax desbordado del sexo.
Ella con la sensación del beso proporcionado, de las caricias en sus partes intimas, con el roce de sus piernas y con la visión nublada, sólo deseaba llenarse totalmente de él, esos besos en su cuello, el roce de los labios en sus pezones la tenían al borde del paroxismo. No dejaba de gemir, sus manos arañaban el cuerpo atlético, sus labios jalaban con mordidas suaves los de el, ese encanto de saberse tan amada la llevaban a enloquecer de pasión inusitada, se sentía en la gloria, sus ojos no observaban más que el rostro de su pareja, su cuerpo cual ola embravecida lo quería atrapar para siempre y tenerlo junto a él todo el tiempo, toda ella sentía una electricidad que le recorría su cuerpo y que la hacía enloquecer, si ahí estaba la creación más grande de nuestro Señor fundidos en uno solo.
No salieron palabras, sólo gemidos de placer, alaridos de satisfacción; pero justo cuando todo el torrente de felicidad salía del miembro de él, para depositarlo en su vagina, exactamente en ese momento, cuando el volcán tenia su erupción vomitando lava, cuando la lujuria llegaba a estallar en su máxima expresión, justo en ese momento, sintió un leve jalón en su brazo y escuchó una voz que le decía:
“Arriba floja, es hora de levantarse y llevar los niños a la escuela”
Ella exclamó: -Dios mío, todo fue un sueño, tan sólo un sueño.
Efectivamente, ahi frente a ella, sonriendo como siempre, se encontraba su esposo, quien habia salido después de haberse dado un buen regaderazo.