Cuantas veces he acudido al zoológico para deleitarme la vista con los animales, me gusta ver que en el reino animal, se tenga también ese sentimiento tan bonito que es el amor, leones feroces lamiendo a su pareja en señal de cariño, esas focas que se unen con sus aletas para abrazarse, los monos colgándose y así boca abajo uniendo sus cuerpos para balancearse y besarse, los mismos elefantes elevando sus trompas para pasarse la comida, en fin, esos habitantes del reino animal se ven tan felices que olvidan su condición de estar encerrados para disfrutar y amarse sin que los cohíba el hecho de que son objetos de las miradas de los miles de paseantes -¿o curiosos?- que se detienen en sus jaulas a admirarlos.
Hace tiempo tuve un sueño, me vi convertido en un caballo compañero de un garañón, el cual disfrutaba de la compañía de las yeguas, sin importarle si tenían pareja o no, si tenían potrillos o no, en fin era un corredor incomparable, me gustaba verlo, era mi admiración, a todas partes lo acompañaba, el me dejaba hacerlo, porque era un vanidoso, le gustaba lucir sus conquistas ante mi, pero, ese Garañón tenía algo de especial, le gustaba conversar, era un maestro en el arte de hablar, con esa facilidad emitía consejos, lo que tenía de conquistador lo tenía de buena persona al preocuparse por el bienestar de los demás, aconsejaba para que las parejas tuvieran una buena relación marital.
En una ocasión trotando en las praderas, se encontró con una potranca de muy buena estampa, con ancas bien delineadas, un rostro bien formado, todo en ella era perfecto, el único defecto que él le encontró fue que esa bestia tenía su macho, junto con una familia de lindos potrillos, le sedujo esa familia, se acerco a ellos en plan cordial, ella lo aceptó como su consejero, lo llegó tanto a estimar que nada le ocultaba a su macho, quien ocupado en galopar por la pradera, se pasaba todo el tiempo fuera de la manada, ausencia que bien aprovechaba el Garañón para frecuentar a esa familia. Era un seductor, un calavera, pero desafortunadamente pecaba de sentimental, ya que le ganaba el cariño por esos potrillos, pensando que así fue él en su infancia, era muy cariñoso con esa familia.
Sucedió un día en que a la Yegua se le antojó cabalgar en compañía del Garañón, salieron a la campiña a retozar, a admirar el resplandor del día, a disfrutar del agua gélida de la cascada, el alba era propicia para trotar y llenarse los pulmones de ese aire tan limpio y puro que sólo existe en el campo. Con la complicidad de la espesura de los matorrales, se unieron en uno solo, cruzaron sus miradas, comprendiendo al instante que se atraían el uno al otro, se revolcaron, hicieron eso que los humanos llaman el amor. Tuvieron una relación sexual muy a su manera, pero disfrutaron del momento, solo el eco fue el reflejo de sus relinchidos de felicidad; esperaron en el campo la llegada del atardecer para volver donde estaba el resto de la manada.
El Garañón se sintió molesto consigo mismo, porque no era eso lo que él quería, él admiraba a esa Yegua, quería mucho a los potrillos, respetaba a la manada, pero sucedió y no era momento de arrepentirse, el sabía lo que eso significaba, no en vano ya había andado correteando con varias yeguas, nunca sintió remordimientos, pero ahora era diferente, había correteado con esa Yegua sin pensar en correrse, el sólo quería estar con ella, admirar esa belleza equina, contemplar sus formas, acariciar con su hocico sus sedosas crines, mirarse en sus ojos tan cristalinos como el agua del hermoso lago que se encontraba frente a ese campo frondoso.
Pero él era así, solo le gustaba vivir la vida, porque él era libre, no le ataban ninguna clase de ligaduras, a los amos que había tenido se les había fugado, porque su vida era el campo, su Padre el Sol y su Madre la Luna, así era él. Más la desilusión llegó tiempo después, cuando constató que la Yegua no era la clase de animal que el se había imaginado, les gustaba trotar con otros, correteaba a campo abierto, importándole poco sus potrillos, ella vivía su vida, sin importarle el mal que le hacía a su macho, no hacían efecto todos los consejos que ella recibía, solo quería vivir la vida sin tener que adoptar ninguna obligación, era triste verlo, pero así la miraba el Garañón.
Después de su encuentro amoroso, jamás la volvió a buscar, no quiso ser participe de su desgracia, porque en cualquier momento le echarían el lazo y acabaría encerrada en cualquier corral, lejos de su gente, lejos de su campiña, lejos del amor de su familia, pero lo más importante lejos de su libertad. El Garañón ya no volvió a cruzar relinchido con ella, solo se limitaba a verla de lejos, pensando que él la creía otra clase de animal, pero que rápido lo desilusiono; Él, que tanto se había arrepentido de lo sucedido, que en las noches volvía el rostro hacia el firmamento, con la esperanza de que en alguna estrella se reflejara su estampa; Ella, que quería separarse de la manada para relinchar en otras campiñas.
Cuantas veces no relinchó de coraje por no poder hacer nada para remediar este fracaso, las muestras de cariño ya no encajaban, los modelos de vida tampoco, los mordiscos menos, entonces sólo había que esperar un milagro, pero habría que tener paciencia para esperarlo, el Garañón sólo pedía la felicidad de esa Yegua, sólo quería ver la alegría de una nueva vida; Para el importaba la Yegua, el lograba seguir vagando, sabía seguir correteando a las yeguas que se le pusieran enfrente, porque así vivía feliz, ese era su gusto, pero le preocupaba la Yegua, con gusto daría toda su vida si ella lo hubiera entendido, que el jamás quiso retozar con ella, porque el tenia mejores amantes que correteaba con placer por el campo, a el no le enseñaban el enseñaba, por eso era un Garañon.
Más todo acabo, la ultima vez que lo vi, me contó que se iba triste por no haber sido realmente comprendido por esa Yegua, se iba lejos a otras llanuras, a buscar otra manada, que no tiene hogar, ni tierra, ni manada; Sus padres eran el Sol y la Luna, su hermana la Oscuridad, su hermano el Resplandor, su ilusión vivir la vida, su meta: Llegar a ser el mejor, su gran sueño encontrarse una Yegua que le ofreciera todo su cariño y sobre todo que supiera darle esos Potrillos que tanto añoraba, para enseñarlos a ser como él y así seguir viviendo en ellos.
Hace tiempo tuve un sueño, me vi convertido en un caballo compañero de un garañón, el cual disfrutaba de la compañía de las yeguas, sin importarle si tenían pareja o no, si tenían potrillos o no, en fin era un corredor incomparable, me gustaba verlo, era mi admiración, a todas partes lo acompañaba, el me dejaba hacerlo, porque era un vanidoso, le gustaba lucir sus conquistas ante mi, pero, ese Garañón tenía algo de especial, le gustaba conversar, era un maestro en el arte de hablar, con esa facilidad emitía consejos, lo que tenía de conquistador lo tenía de buena persona al preocuparse por el bienestar de los demás, aconsejaba para que las parejas tuvieran una buena relación marital.
En una ocasión trotando en las praderas, se encontró con una potranca de muy buena estampa, con ancas bien delineadas, un rostro bien formado, todo en ella era perfecto, el único defecto que él le encontró fue que esa bestia tenía su macho, junto con una familia de lindos potrillos, le sedujo esa familia, se acerco a ellos en plan cordial, ella lo aceptó como su consejero, lo llegó tanto a estimar que nada le ocultaba a su macho, quien ocupado en galopar por la pradera, se pasaba todo el tiempo fuera de la manada, ausencia que bien aprovechaba el Garañón para frecuentar a esa familia. Era un seductor, un calavera, pero desafortunadamente pecaba de sentimental, ya que le ganaba el cariño por esos potrillos, pensando que así fue él en su infancia, era muy cariñoso con esa familia.
Sucedió un día en que a la Yegua se le antojó cabalgar en compañía del Garañón, salieron a la campiña a retozar, a admirar el resplandor del día, a disfrutar del agua gélida de la cascada, el alba era propicia para trotar y llenarse los pulmones de ese aire tan limpio y puro que sólo existe en el campo. Con la complicidad de la espesura de los matorrales, se unieron en uno solo, cruzaron sus miradas, comprendiendo al instante que se atraían el uno al otro, se revolcaron, hicieron eso que los humanos llaman el amor. Tuvieron una relación sexual muy a su manera, pero disfrutaron del momento, solo el eco fue el reflejo de sus relinchidos de felicidad; esperaron en el campo la llegada del atardecer para volver donde estaba el resto de la manada.
El Garañón se sintió molesto consigo mismo, porque no era eso lo que él quería, él admiraba a esa Yegua, quería mucho a los potrillos, respetaba a la manada, pero sucedió y no era momento de arrepentirse, el sabía lo que eso significaba, no en vano ya había andado correteando con varias yeguas, nunca sintió remordimientos, pero ahora era diferente, había correteado con esa Yegua sin pensar en correrse, el sólo quería estar con ella, admirar esa belleza equina, contemplar sus formas, acariciar con su hocico sus sedosas crines, mirarse en sus ojos tan cristalinos como el agua del hermoso lago que se encontraba frente a ese campo frondoso.
Pero él era así, solo le gustaba vivir la vida, porque él era libre, no le ataban ninguna clase de ligaduras, a los amos que había tenido se les había fugado, porque su vida era el campo, su Padre el Sol y su Madre la Luna, así era él. Más la desilusión llegó tiempo después, cuando constató que la Yegua no era la clase de animal que el se había imaginado, les gustaba trotar con otros, correteaba a campo abierto, importándole poco sus potrillos, ella vivía su vida, sin importarle el mal que le hacía a su macho, no hacían efecto todos los consejos que ella recibía, solo quería vivir la vida sin tener que adoptar ninguna obligación, era triste verlo, pero así la miraba el Garañón.
Después de su encuentro amoroso, jamás la volvió a buscar, no quiso ser participe de su desgracia, porque en cualquier momento le echarían el lazo y acabaría encerrada en cualquier corral, lejos de su gente, lejos de su campiña, lejos del amor de su familia, pero lo más importante lejos de su libertad. El Garañón ya no volvió a cruzar relinchido con ella, solo se limitaba a verla de lejos, pensando que él la creía otra clase de animal, pero que rápido lo desilusiono; Él, que tanto se había arrepentido de lo sucedido, que en las noches volvía el rostro hacia el firmamento, con la esperanza de que en alguna estrella se reflejara su estampa; Ella, que quería separarse de la manada para relinchar en otras campiñas.
Cuantas veces no relinchó de coraje por no poder hacer nada para remediar este fracaso, las muestras de cariño ya no encajaban, los modelos de vida tampoco, los mordiscos menos, entonces sólo había que esperar un milagro, pero habría que tener paciencia para esperarlo, el Garañón sólo pedía la felicidad de esa Yegua, sólo quería ver la alegría de una nueva vida; Para el importaba la Yegua, el lograba seguir vagando, sabía seguir correteando a las yeguas que se le pusieran enfrente, porque así vivía feliz, ese era su gusto, pero le preocupaba la Yegua, con gusto daría toda su vida si ella lo hubiera entendido, que el jamás quiso retozar con ella, porque el tenia mejores amantes que correteaba con placer por el campo, a el no le enseñaban el enseñaba, por eso era un Garañon.
Más todo acabo, la ultima vez que lo vi, me contó que se iba triste por no haber sido realmente comprendido por esa Yegua, se iba lejos a otras llanuras, a buscar otra manada, que no tiene hogar, ni tierra, ni manada; Sus padres eran el Sol y la Luna, su hermana la Oscuridad, su hermano el Resplandor, su ilusión vivir la vida, su meta: Llegar a ser el mejor, su gran sueño encontrarse una Yegua que le ofreciera todo su cariño y sobre todo que supiera darle esos Potrillos que tanto añoraba, para enseñarlos a ser como él y así seguir viviendo en ellos.
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