jueves, 13 de mayo de 2010

¿ALUCINACION O REALIDAD?


Después de un arduo día de trabajo, con el cuerpo limpio resultado de un refrescante baño, el estomago lleno al termino de digerir una suculenta cena, me dispongo a ver y escuchar las noticias televisivas sentado plácidamente en un sillón de tejido.

Al estar absorto viendo en la pantalla, las escenas previas al festejo del Día de las Madres, siento la presencia de alguien junto a mí (mi esposa y mi hijo ya se encontraban durmiendo), regreso a ver de quien se trataba y, ahí estaba el cuerpo frágil de mi madre, al verla casi musitando le pregunté:

Hola Mamá, que tal, ¿Cómo has estado?, oí su voz que me decía:

Bien hijo, disfrutando de un descanso que creo nunca en mi vida había disfrutado.

Sabes mamá, no te imaginas cuanta falta me haces, desde que Tú te fuiste, no hay momentos en que no te recuerde, me siento culpable de lo que te sucedió, porque quizás no supe cuidarte, no tenía tiempo para ti, siempre me la pasaba trabajando o en otras ocupaciones, a ti te dejaba sola, no puedo con este cargo de conciencia, porque ni siquiera supe cómo fue tu accidente, sólo hasta que te vi en esa fría loza, pude por momentos imaginar cuán grande debe haber sido tu sufrimiento, en ese momento le reproche a mi Padre Eterno por haberte llevado.

Ella, con esa voz tan dulce y pausada me comentó: No, no mi hijo, no te sientas culpable de nada, todo fue cosa del destino, ese destino que todos traemos marcado desde el momento en que nacimos. Cada vez que salia, hacía lo que siempre me recomendabas, tenía mucho cuidado al cruzar la calle, fue la imprudencia la causante de mi infortunio.

Cuando sucedió esto, todavía me levanté, de momento observe mucha gente a mi alrededor y hubo un joven de rostro bello, de mirada angelical y de suaves manos, quien me tomó del brazo y me dijo: “Ya es hora de partir”, yo no entendía sus palabras y rechace su apoyo, diciéndole: “No, yo tengo que ir a ver a mi hijo, va a estar muy preocupado al ver que es tarde y no llego”. Tomándome de los hombros, ese joven me señaló a una persona tirada en el piso, con las piernas destrozadas, el cráneo lleno de sangre y su rostro con raspones, diciéndome: “mira ese cuerpo es tuyo, tú ya no perteneces al mundo de los humanos, te has convertido en un alma y tu misión es acudir al llamado de nuestro Señor a rendirle cuentas”.

Sabes hijo, sentí mucho miedo de dejarte solo, de saber que saldrías a buscarme y no me encontrarías, no quería que me vieras en ese estado, pedí permiso de esperar tu llegada y se me concedió, pero tú no llegabas, entonces me subieron en una ambulancia, me llevaron a un cuarto frio y me depositaron en una plancha de cemento, estando ahí, alcancé a oír lamentos y lloriqueos de otras personas, pero no eras tú.

Cuando llegaste, oí tu voz, la de tu hermano y la de tu novia, preguntando por mí, en el momento que entraste a ese cuarto frio, no dudaste, te me abalanzaste, sentí tus brazos rodeando mi cuerpo, sentí tu aliento en mi cara y tus lágrimas mojaron mi rostro, sin embargo no pude hacer lo mismo, estaba paralizada, en mis ojos cerrados imaginaba tu cara, esa cara que fue siempre mi orgullo, me sentí impotente al no poder calmar tu dolor, al no poder decirte, que no me había ido, que estaba aquí contigo, pero, no podía articular ninguna palabra, sólo sentir la tibieza de tu cuerpo.

Noté que te sacaron a la fuerza, tus palabras “Déjenme con mi Mamá”, me destrozaba aún más el corazón, no quería que sufrieras, eras mi adoración, eras mi bebe consentido, pero no podía hacer nada, porque mi permiso consistía en estar ahí, pero sin hacer nada, absolutamente nada.

La interrumpí diciéndole: Jamás supe interpretar tus palabras, ¿recuerdas la última platica que tuvimos?, claramente me expresaste después de un arranque de desesperación, jalándote los cabellos expresaste: “Dios Mío, si me vas a llevar, hazlo horita”, no lo comprendí y mucho menos cuando dirigiéndote a mi de tus labios salió: “Hijo un día me voy a ir donde jamás me encontraras”, créemelo mami, arrepentido estoy de no haberte dado el tiempo que de mi necesitabas, hoy que te has marchado, que me encuentro sólo, con una esposa sin suegra y con un hijo sin su abuela, hoy te digo: Mamita, me haces mucha falta.

Con lágrimas en los ojos mi jefecita me abrazó y tomándome de las manos me comentó:

Sabes, me encuentro en un lugar que todo es felicidad, donde reina el amor, la confianza, la ternura y la verdad, un lugar donde no envidiamos a nadie, donde nos conocemos todos y en donde, en nuestros ojos se refleja la tranquilidad de estar, déjame estar aquí hijo, vive tu vida, no sufras por mí, alégrate de saber que estoy bien, pero también entérate que desde aquí yo te cuido.

A los pocos días que sucedió ese accidente, estuve contigo, no fue revelación, no fue un sueño producido por el cansancio, fui yo que estuve a tu lado, igual que cuando estuve con tu mujer y que me dijo:”Doña Juana no me asuste, si me quiere hablar, hágalo”, pero sólo quería demostrarle que estaba agradecida con ella, porque a su lado ya vivías una vida estable y tranquila, por cierto, también le di su nalgada a mi nieto, era para decirle “Aquí está tu abuela”.

Por eso, hijo, déjame descansar, te pido ya no llores por mi, mejor recuérdame con mucho cariño, reza por mi alma, pide por mi descanso eterno, ya que así sabré que no pasé en vano por tu vida, que cumplí con esa gran tarea que es la de ser Madre, sigue siendo feliz como cuando estaba físicamente contigo, no pierdas la firmeza de tu carácter, sé digno hijo mío, que desde donde estoy me siento orgullosa de ti, como lo manifesté siempre en vida. No pierdas la fe en mi Padre Eterno, ni tampoco le eches la culpa por mi partida, el sabe lo que hace y porque lo hace, y lo más importante, nunca me olvides.

“Nunca me olvides, porque siempre estaré en tu vida y corazón; tú eres mi vida sin ti pierdo la razón”.

Fue lo único que alcance a oír de la poesía que una niña declamaba a su madre en un programa de televisión, porque ahí estaba yo frente a ese televisor, levantándome sólo acerté a preguntarme: ¿Sufrí una alucinación o en verdad mi madre me habló?

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